¿Por qué estoy en contra del aborto?

¿Por qué derogar la Ley que despenaliza el Aborto?

@aromerocastro

Una querida amiga me invitó a participar de un movimiento “a favor de la vida”. Ello, con la finalidad de trabajar a consciencia en procura de un resultado exitoso en la consulta pública a la que llamó la Corte Electoral, con el fin de cumplir los requisitos que nuestra Constitución Nacional dispone para los procesos de Referéndum o Referendo.

Su solicitud no fue caprichosa. Ella me conoce muy bien y sabe –desde luego- que mi posición es contraria a este nuevo régimen jurídico que nos gobierna. Sin embargo, no participaré en dicho movimiento; más allá de alguna ayuda puntual que le pueda brindar. Como bien dicen, a los amigos siempre les debemos nuestro apoyo.

Lo cierto es que no los acompañaré en el movimiento que se define como “a favor de la vida”, en tanto no coincido –bajo ningún punto de vista- con las formas y argumentos que han adoptado –y elegido- para manifestar su posición.

Antes de responder a la pregunta con la que di en llamar a este artículo, expondré algunos lineamientos interesantes (i) para no acompañar al grupo que se encuentra “a favor de la vida”; y (ii) para señalar cuál –a mi humilde entender- debería ser el foco de la discusión.

No es una discusión de Dios.

Los argumentos no pueden ser jamás aquellos relacionados con la Religión. Cualquiera que ésta sea. Vivimos en un país laico, donde las diferentes Religiones no deben –o no deberían- tener injerencia en la vida política del Uruguay.

No se me malinterprete. No estoy diciendo con estas palabras que las personas no puedan –ni deban- compartir determinados valores y creencias. Desde luego que sí. Y es por demás necesario que así sea. Esta libertad de culto excede, incluso, a los valores democráticos. Se trata, pues, de una necesidad que deriva de nuestra naturaleza humana. Pero no ahondaremos más en este punto, muy interesante –por cierto- para una discusión filosófica.

Lo cierto es, en base a lo anterior, que la laicidad y libertad de culto que rigen en nuestro país, permiten que cada uno opine y crea en lo que desee. Libertades que aumenta nuestra responsabilidad derivada a nuestros actos, al mismo tiempo que nos obliga a brindar y profesar el absoluto respeto y tolerancia por las creencias del prójimo.

En este punto, sin perjuicio de mis creencias religiosas, entiendo que no se puede obligar a los demás a profesar un valor que pertenece a una religión determinada. Primero porque estaría coartando su libertad. Y segundo porque si los valores de su religión o creencias no se encuentran alineados a los míos, intentar convencerlo sería –sencillamente- una verdadera pérdida de tiempo.

Por su parte, es posible suponer que quien cree en Dios y profesa sus valores no procederá a realizar o realizarse un aborto. Por lo que, en este punto, centrar la discusión en las creencias religiosas es –como dice un amigo cercano- jugar para la tribuna o para estar bien con nosotros mismos.

No es una discusión a favor o en contra de la vida

Se ha querido instaurar en el pasado reciente una discusión que, entiendo, resulta superficial, vaga en argumentos y –hasta podría decirse- posee ribetes banales.

Centrar la discusión sobre el aborto como una contienda entre los que se encuentran a favor y en contra de la vida humana es, por lo pronto, ridículo. Amén de ser intolerante con los valores del prójimo y sus conceptos.

Y de nuevo solicito que no se me malinterprete. Quienes me conocen sabrán mi posición al respecto. Pero aquí estamos hablando de otra cosa.

Lo cierto es que todos, quienes están a favor o en contra del aborto, en algún punto se encuentran a favor de la vida. Poco esperanzador sería suponer que existen personas que se encuentran en contra de la especie humana y la conservación de su especie.

Asumir lo anterior, sería admitir la existencia de seres humanos que atentan contra el mismísimo instinto de supervivencia y conservación. Instinto que poseemos por nuestra condición.

En este punto existen, tal vez –y solo tal vez- pequeñas diferencias en cuanto a los valores o definiciones de vida humana, y a la vida que se debe proteger y respetar.

Para algunas personas, la vida de esa persona humana no nacida se encuentra en un segundo plano, frente al derecho a la vida de la futura mamá. Derechos entre los que se encuentra la decisión de ser –justamente- madre. La decisión de disponer de su cuerpo.

Para otros, no existe discusión respecto a que la persona humana no nacida se encuentra en el mismo nivel de protección jurídica que su madre, o incluso con una esfera de protección jurídica que excede a la de su progenitora.

Cabe señalar en este punto que la definición de persona humana no nacida no es caprichosa. Existe consenso científico y jurídico en que un feto es –al menos- una persona humana en potencia, pasible de ser protegida en todos sus derechos humanos fundamentales, entre ellos, la vida.

Hecha la aclaración, nos permitimos opinar que este tipo de argumentos configura –una vez más- de una excelente forma de perder el tiempo y de –por su parte- demostrarnos intolerantes e irrespetuosos con la opinión del prójimo.

Aquél que no piensa como nosotros no se sentirá estar atacando valores morales, éticos o jurídicos si sus conceptos de ellos son diferentes. Por tal motivo, no cambiará su opinión al respecto.

Entonces, ¿por qué estoy en contra del aborto?

Hemos venido de decir que la Religión, y los valores religiosos, se encuentran por fuera de la discusión por la que atraviesa nuestra sociedad. Por su parte, explicamos por qué no existen personas en contra o a favor de la vida humana; sino una diferencia de conceptos, valores o valorización de ella.

Así, pues, ninguno de éstos son los motivos por los cuales me encuentro en contra de la Ley que permite la práctica de abortos. En realidad, debería decir que ninguno de los mencionados son los argumentos por los cuales entiendo que este tipo de Ley no debería regir a toda nuestra sociedad, más allá de sus creencias, conceptos, valores, religiones, etc.

Intentaré, a continuación, expresar –de forma breve y clara- el razonamiento que me lleva a adoptar la posición que he adoptado.

¿Cuál es el derecho a proteger?

El derecho a proteger, estamos todos de acuerdo, es el de la vida. ¿Qué vida? La humana, en su gran expresión. Pero intentemos, por un momento, llevar la discusión a una óptica diferente a la que hoy encontramos en los intercambios de posiciones.

Y para explicarlo de mejor manera, nunca nada mejor que un ejemplo. Imagina que durante un robo, un delincuente apunta con un arma en la cabeza a una señora que se encuentra trabajando, atendiendo su negocio. En ese instante, llegas al local y te encuentras con la situación. Como eres un hábil y efectivo tirador, y llevas tu arma contigo, desenfundas y disparas. El resultado es una herida de muerte en el delincuente, y una señora trabajadora muy agradecida por haberle salvado la vida.

Esta situación no asombraría a nadie. Incluso sería festejada por todos, menos por el delincuente, desde luego. ¿Y por qué? Sencillamente porque la muerte de una persona se produjo para salvaguardar la de aquélla desprotegida. Nadie está a favor de la muerte. Pero existen circunstancias en las que es preferible que se proteja al desprotegido e inocente. Que se proteja al débil. ¿Verdad?

Dijimos que con respecto al aborto no hay quien se encuentre en contra de la vida. Pero, entiendo, existe un problema al hacer el foco sobre cuál es la vida que debemos proteger. Y aquí la pregunta: ¿cuál es el desprotegido en estas circunstancias?

Y la respuesta es elocuente: la persona humana no nacida. Tal es su desprotección, que no se puede comunicar, ni defender, ni dejar su lugar intentando escapar. Su situación es desesperante; depende de alguien. Ese alguien que también tiene derechos. Y que también debe ser protegido.

A diferencia del caso de la señora siendo apuntada con un arma, en el caso del aborto no existe delincuente, ni armas. Por lo que centrarse en quién es el real desprotegido puede resultar confuso y difuso. Pero si se analiza detenidamente, las respuestas serán contestes en señalar que se trata del nonato.

En este punto, debo decir que es real que los padres, es decir mamá y papá, pueden decidir si tener o no un hijo. Ese es, pues, un derecho que cada ser humano posee. Sin embargo, es cierto –también- que ese momento es el del acto sexual responsable.

Hablemos de responsabilidad.

Vivimos en un mundo donde la inmediatez es una constante. Un mundo donde las respuestas rápidas y soluciones instantáneas se ofrecen cotidianamente por la televisión.

Al decir de Pilar Sordo, vivimos en un mundo donde los padres no enseñan a sus hijos a ser responsables de sus decisiones y de sus actos. Donde no sabemos aburrirnos, ni paramos a reflexionar.

Sucede que esa falta de responsabilidad, más aquello de la inmediatez, nos conduce a actuar de forma imprudente o poco responsable, y nos obliga a buscar soluciones mágicas para nuestros problemas o consecuencias a decisiones tomadas.

Así, y a modo de ejemplo, es común por estos días que si se sufre de sobrepeso por comer comida chatarra todo el día, busquemos bajar de peso con la ingesta de pastillas mágicas o un breve paso por el quirófano. Sin embargo, a nadie se le ocurre pensar en cambiar a una vida saludable, con alimentos adecuados y actividad deportiva constante. Es que no es tan divertido, y los resultados demoran. ¿No?

Si no podemos conciliar el sueño, no nos preguntamos cuál es el motivo que genera ese malestar. Lo que hacemos es pasar por la farmacia –con suerte previa consulta médica- y compramos alguna pastilla que nos provoque dormir.

Volviendo al tema que nos convoca, todos sabemos que una de las posibles consecuencias de un acto sexual entre dos personas de sexos diferentes, mujer y varón, es la de la concepción o embarazo. Otras posibles consecuencias pueden ser, por ejemplo, la transmisión de enfermedades puntuales.

Sin embargo, no siempre se actúa en consecuencia.

Es conocido por todos, que nos encontramos viviendo un período histórico en el que tenemos a nuestro acceso medidas preventivas y profilácticas que permiten evitar las consecuencias antes señaladas. Los costos de este tipo de medidas no son altos, siendo –incluso- gratuitos.

Usarlos, nos evitaría –en gran medida- la necesidad de atravesar por situaciones no deseadas, tanto de embarazos como de enfermedades.

Pero, a pesar de que todos pueden acceder a ellos, no se utilizan. Se sigue disfrutando de una vida sexual poco responsable. Y las consecuencias son evidentes.

La pregunta en este punto es, ¿no será que con la autorización del aborto estamos buscando escapar a nuestra falta de responsabilidad con respecto a nuestra vida sexual? Yo creo que sí.

Y es este el segundo argumento por el cual estoy en contra del aborto. Apoyar esta Ley es, en definitiva, evitar ser responsables –o asumir la responsabilidad- de nuestros actos y decisiones.

De nuevo, si no quieres –o no puedes- tener un hijo, el momento de decidirlo es con el ejercicio de un acto sexual responsable. Y si ello no ocurrió, pues bien, el Derecho de no ser padre –o madre- puede ejercerse al momento del parto. Hacemos referencia –en este punto- a la posibilidad de dar en adopción al recién nacido.

Hablemos de educación.

Hablamos de que los padres no enseñan a sus hijos a ser responsables de sus decisiones y de sus actos. Aquí nos hacemos varias preguntas. Si los padres no lo hacen, ¿el sistema educativo formal lo hace? ¿Existe en nuestro país una educación sexual adecuada?

Se trata de condiciones necesarias para que el ejercicio de la responsabilidad -a la que hacíamos referencia en el punto anterior- sea una realidad y no una utopía.

Según se ha informado, se encuentra en proceso diferentes cambios y campañas a nivel educativo para cambiar este problema. ¿Son perfectos? Seguramente no. Aún no conocemos nada que posea tal condición. ¿Son suficientes? Es posible que sí, es posible que no. Lo sabremos en algún tiempo.

Lo que sí es evidente es que cada uno de nosotros, en especial los padres, debieran conversar con sus hijos de estos temas. Los maestros y profesores también. Y los medios de comunicación, desde luego.

Pero… ¿y mientras tanto? 

Todos estamos de acuerdo que la falta de educación, o falta de calidad en ella, es un flagelo que nos ataca cada día más. Y no se trata de un problema exclusivo del Uruguay, sino que Latinoamérica también lo sufre y atraviesa.

En este punto, muchos manifiestan la necesidad de mantener la Ley del aborto como medida paliativa y transitiva entre la realidad actual y un contexto propicio y educativo.

En este contexto, varios me han planteado su posición contraria al aborto, pero asumen la necesidad de un tiempo en el que –hasta tanto la educación no genere cambios- la Ley que autoriza el aborto deba encontrarse vigente.

No estoy de acuerdo con ello. Tal vez, si la situación requiere urgencia en su atención, debamos establecer mayores controles y más y mejores medidas educativas. Será un trabajo duro, pero no debemos olvidar de proteger al más débil.

Una breve reflexión final

Si nuestra sociedad tuviera excelentes niveles educativos, si estuviera conformada por seres humanos de calidad superior, seres pensantes, formados y responsables, tal vez no nos preocuparía la existencia de una Ley que autorice la práctica de abortos. Como tampoco nos preocuparían tantas otras cosas, como el tráfico de drogas, los robos o los asesinatos.

Si nuestra sociedad estuviera conformada por personas que asumen la responsabilidad de sus actos, que toleran y respetan la vida y derechos del prójimo, la historia sería diferente.

Si nuestra sociedad desarrollara la capacidad de la empatía, la solidaridad, promoviera y comulgara una convivencia social en paz y –sobre todo- transitara un camino ético y moral alineado, los regímenes jurídicos no tendrían razón de ser.

Ese sería, mis amigos, un mundo perfecto. Y en un mundo perfecto, nadie robaría, nadie mataría, nadie –tan siquiera- cruzaría un semáforo en rojo, lo que haría de estos aparatos lumínicos un artefacto en desuso. En un mundo perfecto todos harían –simplemente- lo correcto. Un mundo en el que, aún existiendo la posibilidad de abortar, nadie lo haría.

Pero ese mundo perfecto no existe. Depende de nosotros el tiempo que nos tome llegar a él, o acercarnos lo más posible. Mientras tanto, las leyes deben marcar el camino, y las políticas el norte. Recordemos que todos somos responsables de nuestra conducta colectiva e individual.

Y las conductas, cualquiera sea su característica o naturaleza, se contagian… tanto o más que una pandemia.

¿Qué Uruguay queremos? La respuesta -y el lograrlo- depende solo de nosotros mismos, individual y colectivamente.

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2 Comments

  • un muy buen argumento, con ejemplos que ilustran mucho y nos hacen bajar a tierra. importante es el destacar que esto se trata de un tema ético y que la vida de una persona comienza siendo una célula. saludos!

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